
Pasó otro año y el éxito al que estamos condenados nos volvió a resultar esquivo.
Tuvimos los muertos de cada día por la inseguridad y los accidentes de tránsito, nos volvimos a inundar, muchos niños argentinos siguieron desnutridos y la mayoría de nuestros abuelos aún no tienen ni para remedios.
Sufrimos la psicosis de la gripe porcina, nos aterramos con los mosquitos y vimos cómo algunas personas están dispuestas a morir en manos de dudosos cirujanos que prometen la belleza eterna.
Pudimos desaparecer sin dejar rastros, como Sofía, o desaparecer y reaparecer rodeados de fantasmas, como los Pomar.
Recorrimos las calles cuando nos dejaron los piqueteros y disfrutamos de nuestras plazas mientras ningún árbol se nos cayó encima, como nos suelen caer las cosas encima en Argentina.
Hubo elecciones que posicionaron a nuevos líderes y derrumbaron a otros.
El pegamento y el paco siguieron siendo la única salida a los problemas para miles de chicos.
Se fueron la Negra, Fernando Peña y Alfonsín. Escuchamos que la muerte del padre de la democracia iba a traer una nueva era de diálogo y respeto.
Nos mintieron y nos engañaron, otra vez.
Pero también vimos cómo trabajaron nuestros médicos para salvar vidas, comprobamos la importancia de la donación de órganos y que los milagros todavía pueden ocurrir en el sur del mundo.
Pedimos el Oscar para Darín y un monumento, por lo menos, para Martín Palermo. Disfrutamos de la resurrección de Charly. Y estamos a punto de volver a enterrar a D10S.
Del Potro llegó al Olimpo. Zulma Lobato todavía no, pero está más cerca que nunca de Tinelli y el Maipo. Y promete no parar.
Así fue nuestro 2009, un cambalache que volvió a mezclar, como no podía ser de otra forma, la Biblia con el calefón.
Ojalá 2010 nos traiga más alegrías que tristezas.
¡Feliz año nuevo para todos!