
Una entrevista a Cristian Alarcón (autor de “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” y “Si me querés, quereme transa”), publicada por la revista Ñ, me hizo recordar aquellos debates. Estas son algunas de las frases más interesantes del autor:
- “Es imposible borrar mi diferencia, que es demasiado notoria y, por lo tanto, sustancial. Por eso, no voy a tratar de impostar un pibe chorro ni un narco” (en referencia a los protagonistas de sus libros).
- “Martín Caparrós no se disfraza de un chico piola cuando va a recorrer el interior de la Argentina. Sigue siendo un porteño que cuando escribe se reivindica a sí mismo como el cronista”.
- “Es en el verosímil donde se prueba la efectividad de un texto”.
Me parecieron reflexiones interesantes en una época donde, al prender la tele, uno se avergüenza al encontrar periodistas (hombres y mujeres con formación, de clase media-alta) que apelan a la jerga tumbera o que piden compartir una jarra loca con personajes marginales para arrancar algún tipo de confesión. El cronista se transforma, de este modo, en una especie de actor o impostor.
Nadie espera que un cronista policial se convierta en criminal o violador para narrar la historia de un asesino. Tampoco se pretende que todos los periodistas deportivos hayan sido campeones mundiales u olímpicos para hablar con autoridad. El periodista debería ser siempre periodista. Nada más y nada menos.
Por Julián Pérez Porto.
Periodista freelance, co-fundador de la agencia TodoPress. Cuenta con experiencia en medios gráficos, digitales y radiales. También trabajó en áreas de Prensa de varias empresas tecnológicas y como analista de medios.
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